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Adiós, Jaume, adiósMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEL PAÍS, 2 / 2 / 1995.
Y puede ser obscena la necrológica cuando se prepara con tiempo, con la ayuda del almacén del lenguaje y de la cultura. Pero esta noche, una de las más tristes de mi vida, escribo a vuela máquina para dejar constancia de la muerte de Jaume Perich y de la mutilación que para mí representa. Con él desaparece uno de los pensadores críticos más innovadores de este país, no sólo por el lenguaje que utilizó, sino por su posición ante la realidad, una posición perichiana en buena parte anarquista y lo que en Perich no era anarquismo era la ironía de la dosis de sentido comun que le pertocaba. Tuve ocasión de admirarlo cuando se convirtió en una revelación cultural mediante Autopista y de colaborar estrechamente con él en la dirección de Por Favor durante cuatro años, en aquella irrepetible redacción en la que cohabitábamos un puñado de forcejeadores con las avaras condiciones del transfranquismo, con sobresaltos un día sí y otro no, en correspondencia con los estertores de la bestia, Ya cerrado Por Favor, cada vez que nos encontrábamos, Jaume o yo caíamos en la recurrencia: sería necesario volver a sacar Por Favor. Y en más de una ocasión lo intentamos sin encontrar las suficientes complicidades o tal vez porque, demasiados años después, tampoco él y yo éramos lo suficientemente cómplices. Si Perich tuvo un debú espectacular y arrasador a comienzos de los años setenta, demostró su casta a lo largo de 25 años, poniéndose a prueba cada día como conciencia crítica e irónica de su propia condición de crítico. Son muchos los que me han oído comentar, tras descodificar el "chiste" de Perich de cada día: "Este tío no se equivoca nunca". Amaba a los gatos porque él mismo tenía algo de gatazo entre lo huraño y la esperanza de ternura, de poder darla y también de poder recibirla. Tal vez dentro de unos días se me ocurra una lectura más cultural que ayude a situar a Jaume en el lugar de la memoria histórica que le corresponde. Pero esta noche sólo siento impotencia y fragilidad y esa sensación de pérdida irreparable que se tiene cuando se muere alguien sin el cual no te explicas una buena parte de ti mismo. |