M.V.M.

Creado el
7/1/2004.


Más cosas:

1)Artículo de Vázquez Montalbán sobre el libro.
2)Avance editorial del primer volumen.
3)Avance editorial del segundo volumen.


El mundo según Carvalho

QUIM ARANDA

Exclusiva de Vespito.net anterior a la publicación del libro, 12 / 01 / 2004


No son ochenta sino 200 días, hora más, hora menos, los que invierten Pepe Carvalho y su ayudante, Biscuter, en dar esta anunciada y anhelada vuelta al mundo, que editorial Planeta sirve en dos entregas, siguiendo un criterio comercial, no literario, que rompe de forma irrespetuosa el espíritu unitario de la novela y condena a los lectores —tratados como menores de edad y/o imbéciles—, a una espera de casi dos meses para saber cómo finaliza la aventura del detective barcelonés.

Sea como sea, treinta años después de que Vázquez Montalbán profetizara la escritura de Milenio Carvalho, la obra llega, por fin, a las librerías. Por otra parte, el próximo mes de noviembre se cumplirán también treinta años de la aparición de Tatuaje, el primer Carvalho en que el personaje —con una protohistoria subnormal en Yo maté a Kennedy (1972)— ya ejerce como investigador privado, con despacho y vista privilegiada sobre la Rambla y Barcelona.

La muerte imposible de adjetivar de MVM el pasado octubre, en el aeropuerto de Bangkok, impide que el autor vea publicado el fruto de su trabajo: una excelente novela río que es, a la vez, síntesis y conclusión de la vida de Pepe Carvalho, y que ofrece una visión, más bien pesimista, del mundo actual, según los ojos del detective y/o de su creador. Un mundo en que ni tan sólo se puede brindar por la caída del régimen, como mucho por la esperanza (página 219, volumen número 2), una esperanza laica, sin embargo, no vinculada a ninguna de las religiones actuales en oferta en el supermercado de religiones.

Milenio Carvalho es, además, como mínimo en parte, el anuncio —abortado— del retorno o la reinvocación de Manuel Vázquez Montalbán de las formas argumentativas más características de la llamada etapa subnormal —de hecho, siempre han salpicado su obra—, estrategia estilística y narrativa que en los sesenta y primeros setenta utilizaba el escritor para poner de manifiesto la normalidad del imperialismo y el capitalismo dominante, capaz simplemente de generar todo tipo de desastres. En tanto que la normalidad era ya, entonces, la constatación de un desorden continuo, y al desorden del imperialismo se ha superpuesto el desorden —supuestamente ordenado— de la globalización —lo mismo que antes con otro nombre—, sólo desde una matizada subnormalidad, y desde el absurdo y con ironía, se puede echar una mirada a la vida y a la historia. Con voluntad de resistencia, quizá inútil, y de denuncia, higiénicamente necesaria.

Es desde este punto de vista subnormal que debe leerse —o se puede leer, encajado así en las coordenadas del resto de la obra montalbaniana— la totalidad y en especial el final de Milenio Carvalho, aventura en que, una vez más —antes, por ejemplo, en Sabotaje Olímpico o en Roldán, ni vivo ni muerto; incluso en El premio— se pone de manifiesto una circunstancia latente en todo momento a lo largo de la serie: el misterio, el misterio criminal que, presuntamente, debería ser el punto central de interés de una novela negra, es aquí lo que menos importa. No es esta una contradicción con el espíritu del personaje —en todo caso, y dado un equívoco patrón clásico, quizá sí con su oficio— y con la utilización que de él hace el escritor, porque resulta evidente, ya desde los mencionados Yo maté a Kennedy o Tatuaje, que Carvalho es, para seguir una tradición calificativa muy instalada en Cataluña, mucho más que un detective privado.

Nunca como antes las habitualmente repetidas palabras de Montalbán, en el sentido de entender y presentar a Carvalho como "un recurso técnico" que le facilitaba "un punto de vista" a partir del cual explicar una historia, cobran tanta significación como en Milenio. Otra cuestión es que Pepe Carvalho, insisto, es mucho más que un detective privado, mucho más que un recurso técnico, mucho más que un punto de vista, y sus mecanismos, vitales/literarios, sus pautas de comportamiento, funcionan perfectamente muy por encima de la condición necesaria de detective. Montalbán es consciente de ello desde hace ya muchos años, se aprovecha —Carvalho se lo ha echado en cara más de una y más de dos veces, que nunca tiene en cuenta los intereses del detective; que sólo mira por los suyos, en tanto que Dios-autor—, y, quizá por esta razón, la solidez del entramado argumental se diluye, se debilita o se ve forzada en exceso para conectarla con el inventario de los desórdenes que va observando y quiere denunciar a lo largo de su extenso recorrido.

¿Quién es el asesino?

Los lectores poco acostumbrados al carácter algo ciclotímico del personaje; también aquellos que sólo conozcan las narraciones más, entre comillas, fáciles, más clásicas, menos tocadas de subnormalidad, quizá puedan sentirse algo decepcionados porque Milenio Carvalho no es ninguna historia negra. Pero, ¿quién es el asesino?, podrían preguntarse.

La paradoja final es demoledora —también voluntad de Montalbán de desconcertar una vez más al público; incluso al suyo más fiel—, porque el asesino —aunque quizá sea el más inocente, si bien será el que pagará un precio más alto— es Pepe Carvalho. El dato no es nuevo. De hecho, era sabido ya desde la anterior novela. Lo que es nuevo es que Carvalho, tal vez por el atrevimiento de inventariar todos los desastres del mundo globalizado, ha de pagar por su crimen, que es más este comportamiento notarial que no el crimen verdaderamente físico: el asesinato del sociólogo Jordi Anfruns, anzuelo y excusa que remite en El hombre de mi vida (1999).

Entre una y otra narración, entre El hombre de mi vida y Milenio hay un vacio cronológico en la vida y la historia del protagonista que los más marisabidillas podrán tacharlo como no demasiado bien resuelto: en la primera, la acción tenia lugar entre los meses de noviembre y diciembre de 1999; la segunda comienza en junio de 2002 y acaba la Navidad del mismo año. Al final de El hombre de mi vida, Carvalho ajustaba las cuentas con el susodicho Anfruns, en un comportamiento quijotesco, de una cierta ayuda desganada a todo tipo de desvalidos, como ha hecho siempre, y como también hará a lo largo de la vuelta al mundo.

Y aunque pasaba a finales de 1999, no será hasta al cabo de dos años largos (junio 2002), cuando Carvalho será asediado por el policía Linfante, quien lo persigue por el crimen de Anfruns, y también por un tal Pérez i Riudoms, enviado local de, digamos, la Monte Peregrino Association —montaña sagrada llena de revelaciones neoliberales mostradas al economista Friedich August von Hyek—. Ya se sabe, sin embargo, que la policía y la justicia en Cataluña, España y quizá en el mundo son o pueden ser un cachondeo, extremo que justificaría el retraso con que Linfante y sus secuaces toman las primeras medidas para tratar de detener al detective.

Ochocientas treinta y dos páginas después (suma del primer y segundo volumen), Carvalho acabará con sus huesos en la cárcel: "No debería haber salido nunca de ella. El mundo de Linfante, en el que él cumple la función de mantener el desorden, se divide en víctimas y verdugos, algunas veces llamados presos y carceleros, bombardeados y bombardeadores, globalizados y globalizadores." Así, al final del periplo, Carvalho vuelve al mismo lugar al que lo llevaron cuarenta años atrás, cuando era un joven e idealista militante comunista.

Roda el món i torna al born, porque han pasado más de cuatro décadas, el comunismo se ha deshecho, la guerra fría la han ganado los buenos, el imperialismo tiene otra etiqueta, pero, a grandes rasgos, el resumen de la situación es el mismo que en el de la España de Franco: desorden e injusticia por doquier. No es casual, por ejemplo, que a menudo, mientras Carvalho y Biscuter recorren el mundo, la memoria del detective evoque días y hechos de la inmediata posguerra civil española, como si lo que vive y ve ya lo haya visto y vivido, y lo único que haya cambiado haya sido el escenario.

Referentes intertextuales

Literariamente, la huida hacia delante de Carvalho y Biscuter tiene tres o cuatro referentes obvios: La vuelta al mundo en ochenta días, de Jules Verne, Don Quijote, Miguel de Cervantes, Bouvard y Pécuchet, obra inacabada de Gustave Flaubert —que Carvalho quemará casi al final del recorrido— e, incluso, La vuelta al mundo de dos pilletes, novela río publicada por entregas, de Henri de la Vaulx y Arnould Galopin, que en castellano ha tenido todo tipo de versiones reducidas y/o ilustradas, la más reciente de que tengo noticia, editada por Bruguera el 1976.

Milenio también interpela intertextualmente al resto de la serie Carvalho. Algunas referencias son tan evidentes que el narrador no tiene más remedio que enumerarlas: desde La rosa de Alejandría hasta Los pájaros de Bangkok, pero también Roldán, ni vivo ni muerto, Asesinato en el comité central, Quinteto de Buenos Aires o La soledad del manager. Otras novelas, igualmente importantes para la serie, son presentes de una manera implícita: Los mares del sur; El Balneario, una breve proyección del cual recrea el autor a bordo del crucero de lujo de bandera holandesa, Queen Guillermine, en que Carvalho y Biscuter se ven obligados a embarcar para poder ganar algún dinero y seguir así su propósito de dar la vuelta al mundo.

Incluso se pueden reseguir ecos de otras obras del autor, tanto narrativas como ensayísticas y de poesía: Erec y Enide (2002), el más reciente y también póstumo ensayo La aznaridad (2003) o el fundamental libro de poemas Pero el viajero que huye (1991), que se vincula en la ficción narrativa del pasado carvalhiano con un viaje a Grecia durante los años sesenta, o últimos cincuenta, y en especial con una estada en la isla de Patmos en compañía de una tal Muriel. Es, precisamente, en esta parte de la novela (primer volum: pág. 160-161) en que Carvalho revela a Biscuter por primera vez —y Montalbán a sus lectores, también por primera vez— que Muriel —nombre recurrente en la obra montalbaniana; se llama Muriel Colbert la investigadora norteamericana que tratará de desvelar el misterio de la desaparición y asesinato del dirigente vasco Jesús de Galíndez, en la novela homónima (1990)— es el nombre de la mujer con quien el investigador había estado casado, y por la iglesia, a finales de los cincuenta, y con la que hizo lo más parecido a un viaje de bodas a Grecia, de camino a Bagdad; e incluso con quien también tuvo una hija, a la cual Carvalho no ve desde que tenía tres años.

Despedida y emancipación

Si los que acabo de referir son algunos de los referentes intertextuales de Milenio Carvalho, inevitable o necesario es que el comportamiento del detective y de Biscuter se vea condicionado por la personalidad falsa y/o paródica que a lo largo del viaje se ven en la obligación de adquirir, la de Bouvard y Pécuchet, porque sería ya un exceso de parodia que en los pasaportes e identidades falsas que de vez en cuando exhiben figurasen los nombres de Quijote y Sancho Panza, o tambien los de Phileas Fogg y Passepartout.

Carvalho y Biscuter, Bouvard y Pécuchet de vez en cuando, hacen un viaje que para el primero es de despedida del mundo y para el segundo de emancipación, liberación y búsqueda de una segunda oportunidad —revelación que tiene durante el trayecto Barcelona-Génova—, que ya no será en la tierra, sino en el improbable planeta Marte, después de un breve paso por el Hollywood marroquí, la ciudad de Ouarzazate, escenario natural y decorado de cine al mismo tiempo.

Pero inexacto sería decir que Biscuter se carvalhiza, a la manera de la quijotitzación que experimenta Sancho en la historia de Cervantes, porque Carvalho sale de Barcelona como un personaje ya agotado, cansado del mundo y de sí mismo, y porque, en el fondo, quizá desde su regreso a Barcelona, a principios de los setenta, esperanza ya no tiene, como mucho, sólo voluntad de no interponerse en la de los otros, siempre que no sea tan irracional, absurda —subnormal, de alguna manera—, como la que escenificará Biscuter en una de les últimas etapas del viaje, el epicentro de la cual es el castillo cátaro de Puivert, situado cerca de Carcassone, en Occitania (segundo volumen). En todo caso, la verdadera o la única carvalhización que Carvalho es capaz de valorar en Biscuter tiene lugar en tanto que el ayudante triunfa como cocinero a bordo del Queen Guillermine, muy por encima de la excelencia que se presupone al chef. No es baladí el dato que indica que es Biscuter quien, prácticamente, soluciona la cuestión de la pitanza durante la mayor parte del recorrido, y lo hace ya sea éste por tierra, por mar o por aire.

Por otra parte, hay escenas de la novela, como la de un Biscuter impartiendo doctrina sobre dietética y salud, más específicamente sobre alimentación y sida, o la del salvamento que Carvalho hace de una mujer en la India, maltratada por su marido, quien la cree adúltera, que tienen referentes precisos, el primero en el Quijote; el segundo, en La vuelta al mundo en ochenta días. Son los guiños de Montalbán, y hay muchos de éstos.

Igualmente son guiños buena parte de los encuentros con todo tipo de personajes a lo largo del viaje, personajes mayeuticos más que literarios en buena medida, utilizados por el narrador para dar testimonio del estado de desorden en que se encuentra el mundo que recorre la pareja protagonista. Algunos, es necesario decirlo, son de carne y hueso, nombres y apellidos bien significados, mucho más allá de la entidad literaria que Montalbán les otorga, como son el caso del historiador argentino Osvaldo Bayer o de Frei Betto, por citar sólo un par de ellos.

A raíz de la muerte de Manolo Vázquez Montalbán —por lo tanto imposible determinar ya cuál habría sido el futuro de Carvalho; futuro con que el autor había especulado mucho, pero nunca sancionado nada concreto ni definitivo—, Milenio Carvalho aparece así como la, a veces, sorprendente conclusión lógica a la serie del detective. Carvalho nacía en los setenta como un observador de la Barcelona del tardofranquismo y de la incipiente transición hacia la democracia; tomaba cuerpo en los ochenta y primeros noventa como notario de los cambios que se sucedían en España derivados de la instalación del país dentro de los parámetros de la postmodernidad y se cierra, de forma pesimista, con el interés del detective y de su creador por eso que se llama globalización. No sólo era una promesa hecha hace treinta años, sino que resultaba inevitable, coherente y necesaria esta vuelta al mundo sui generis, los pasajes más bellos de la cual son, a mi juicio, aquellos que desprenden un ligero toque ecologista, el paso por Argentina: las ballenas en la Península de Valdés, la navegación por el canal del Beagle en Tierra de Fuego, la ciudad de Ushuaia, el glaciar Perito Moreno, las cataratas de Iguazú...


Preguntas sin respuesta

¿Por qué Pepe Carvalho no pasa por Estados Unidos a lo largo de su vuelta al mundo? ¿Quizá porque todavía figura en la lista de sospechosos del asesinato de John Fitgerald Kennedy y podría tener problemas legales con sus antiguos compañeros de armas? ¿Por qué no visita tampoco Cuba, ni México, ni siquiera la China continental? ¿Por qué rehuye expresamente la posibilidad que le brinda una antigua conocida, Alma, de ir a Portoalegre? Son preguntes que ya, lamentablemente, no tienen respuesta posible. Manolo Vázquez Montalbán no está para dárnoslas o, como mínimo, para comentar el itinerario escogido para sus dos personajes. Sorprende, sin embargo, que si de lo que se trataba era de hacer inventario de los desórdenes del mundo, y quizá también de ir a las raíces, y/o de ver las manifestaciones más extremas, los lugares citados —aunque llegue a Kabul (Afganistan) o Bali en el momento del atentado contra la discoteca de Kuta, octubre de 2002— hayan quedado al margen. Es cierto que el escritor ha dedicado libros a Cuba (Y Dios entró en La Habana, 1998) y a México, más en concreto a la cuestión zapatista (Marcos, el señor de los espejos, 1999), y que quizá ha considerado que todo lo que tenía que decir sobre ellos ya lo había dicho. Evita, sin embargo, y lo menciona expresamente, pasar por Nueva York y Beijin (Pekín). En cambio, los dos viajeros se adentran en el África subsahariana, muestrario radical del estado de abandono, pobreza y miseria en que permanece la inmensa mayoría del continente. En algún momento de les 832 páginas de la novela, Carvalho le dice a Biscuter que no es lo mismo dar la vuelta al mundo por el norte que por el sur, sin que sea ésta una división estrictamente marcada por la latitud del Ecuador. El itinerario del detective no es caprichoso o alocado, hay un compromiso latente con los oprimidos y los que sufren, aunque Carvalho no renuncie a viajar con una pequeña Vuitton. El detective siempre ha mostrado algunas contradicciones o, en todo caso, ha tenido que construir a lo largo de los años una cierta fachada, en apariencia equívoca, para esconder de forma pueril otras intenciones más sutiles.


Más cosas:

1)Artículo de Vázquez Montalbán sobre el libro.
2)Avance editorial del primer volumen.
3)Avance editorial del segundo volumen.