M.V.M.

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31/3/99.


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Gimferrer y yo

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

EL PAÍS, 26 / 11 / 1998.


Pedro Gimferrer formó parte de aquella antología histórica de Castellet, Los nueve novísimos; yo también. Pedro Gimferrer ha ganado el Premio Nacional de las Letras Españolas; yo también, en 1995. Pedro Gimferrer luce una torturada melena de paje; yo no. A Pedro Gimferrer le gusta comer cosas hervidas; a mí no. Creía terminado el censo de encuentros y desencuentros con Gimferrer, pero recuerdo ahora que el editor Batlló financió la edición en 1967 de mi primer libro de poemas, Una educación sentimental, gracias a la parte que percibió del Premio Nacional de Poesía ganado por el casi adolescente Gimferrer mediante Arde el mar. Más cosas. En cierta ocasión, cuando éramos muy jóvenes, Gimferrer se me presentó, con cierto aspecto de pedófilo ilustrado, con una niña bajo el brazo; se llamaba Ana María Moix e iba vestida de cortina. Me pidió un prólogo para el primer libro de poemas de Ana María y tuve la desfachatez de escribírselo.

Ahora las vivencias compartidas se me amontonan. Cuando se rumoreaba que Gimferrer iba para académico le prometí una columna elogiosa en EL PAÍS; me lo agradeció, pero a continuación me pidió que no la publicara porque los académicos eran muy de derechas y podía ser el mío un elogio contraproducente. Aplacé la columna hasta que lo nombraran académico y entonces más o menos dije que era mi académico preferido, sin que pueda recordar, por más que me esfuerce, si lo decía sinceramente o como una demostración de cortesía entre paisanos y ex novísimos. Dentro del grupo de los novísimos representábamos las tendencias más opuestas y ganó la suya, dominante canon estético de la poesía española durante más de 20 años; pero en su ausencia, porque Gimferrer se pasó a la poesía catalana para continuar la tradición culterana posnoucentista y convertirse en el eslabón perdido entre Carles Riba y el Premio Nobel. Recuerdo que antes de hacerse el trasplante idiomático, Pedro escribió algunos poemas en francés que me enseñó, porque lo que consideraba agotada era su relación con el castellano como masa verbal poetizable. Fue en torno a esta conversación cuando adivinamos que teníamos una percepción casi enfrentada sobre la dedicación literaria, para Gimferrer un culto lleno de medidas, para mí una pulsión cargada de mandatos espurios.

Es leyenda que Gimferrer se carteaba con Octavio Paz desde poco después de tomar la Primera Comunión, como es leyenda que el joven Francisco Rico así que tuvo uso de razón se carteaba con Menéndez Pidal o adyacentes. Les conozco a los dos desde que nacieron. Los he tenido sobre mis rodillas, metafóricamente, conozco, pues, el peso metafórico total de su talento y por eso me alegran sus éxitos y los que vendrán, porque Gimferrer ha accedido a la condición de emblema de una cultura poética nacional. Es algo más que un poeta. Es el guardián del patrimonio de las palabras, así en la Academia como en el lugar secreto donde la palabra urde un nuevo orden del mundo, la poesía como Teología del Verbo. Dionisio Areopagita dixit: "Sólo el Verbo superesencial asume para nosotros nuestra propia sustancia de modo entero y verdadero".


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