M.V.M.

Creado el
8/1/2001.


REPORTAJE EN GALICIA

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

El País, 18 y 19/ 8 / 1991


En el día de la patria gallega

18 / 8 / 1991

Conozco tailandeses que cuando te los encuentras en una escalera nunca sabes si suben o bajan. He detectado comportamientos supuestamente mexicanos entre arraigados aborígenes del Ampurdán. Colecciono madrileños tan tacaños como se dice son los catalanes o los escoceses. También podría hacer una lista de catalanes gandules y de catalanes generosos. Es decir, no creo demasiado en las idiosincrasias con fronteras y la psicología de los pueblos anda un tanto desconcertada desde que todos los pueblos, o casi todos, ven los mismos programas de televisión, participan en las mismas relaciones de producción y realizan sus compras en cualquier Hipercor (es un decir). La primera vez que viajé a Galicia fue en el verano de 1947. Iba a conocer a mis abuelos paternos. Mi padre buscaba el reencuentro con los suyos, después de años de guerra y cárcel. Viajamos en un tren de posguerra, sin duda hoy en algún museo de los horrores, con transbordos en Miranda de Ebro y Venta de Baños. Transbordos violentos, con cristales rotos, los débiles rodando por los andenes y los niños introducidos por las ventanillas, con las maletas y las blasfemias. A veces intervenía la Guardia Civil. No para bien.
    Me parece que en aquel verano se me cayó el primer diente y se murió Manolete. La noticia de la muerte de Manolete, recibida en una minúscula aldea a la que se llegaba en pollino desde la más próxima estación de Puebla de San Julián, tenía un no sé qué de exótico y sobre todo rumiada en aquel acento gallego que me envolvía y me sorprendía, porque mi padre lo había perdido. Caldo gallego para desayunar, para comer, para cenar y un ritmo de trabajo japonés, con el exclusivo afán de acumular tierras y vacas, lo más próximas posibles a ríos en los que se podía coger truchas con las manos. La historia de una vida era la de la construcción de una casa, de un pozo, de un reuma, de una dentadura postiza premoderna, y, sobre todo, cercar tierras adquiridas con el trabajo de los que se quedaban y los ahorros de los que se marchaban a servir a Barcelona o Madrid o a probar infortunio en una América anterior a la deuda externa. Me permito este ejercicio de memoria aquí, a pocos metros de la puerta del Obradoiro, 25 de julio de 1991, la plaza llena de gentes y geos, gallegos y extranjeros esperan que algún milagro ocurra en las puertas de la excelente catedral: "¡Ya sale!", "¡Desde aquí le veremos salir!". No esperan ni a Santiago apóstol, ni a su eminencia reverendísima el cardenal Antonio María Rouco Varela, ni a Fraga Iribarne, presidente de la Xunta de Galicia. Esperan un príncipe y si es posible acompañado: "¿Ha venido con la Sartorius?", "Calla, mujer, si aún no es oficial".
    Mi padre había oído hablar a Castelao en Barcelona, creo que en 1937. No recordaba muy bien lo que había dicho, pero a pesar de pertenecer a la izquierda estatalista, mi padre siempre ha admirado a quienes saben expresarse en público. En Barcelona, Castelao había reivindicado la definición de nación formulada nada menos que por Stalin, "porque a este respeito, é un autor libre de ofuscaciones filosóficas...": nación es una comunidad estable, históricamente formada de idioma, de territorio, de vida económica y de hábitos psicológicos reflejados en una comunidad de cultura. En 1947, los supervivientes de la guerra no sólo escondían, en su mayoría, las ideas vencidas, sino también la memoria vencida, y en Souto, la aldea de mis familiares gallegos, la galleguidad era la lengua que algunos de sus miembros ya habían perdidoy el caldo espesado por el unto y las gelatinas de los huesos de jamón, y una sensación ambigua de territorialidad ingrata, de tierra que costaba acumular, a veces al precio del exilio económico. Esta misma mañana en que buena parte de las gentes que pueblan Santiago, aborígenes o forasteras, desearían que en lo más alto de la escalinata de la catedral se aparecieran Felipe de Borbón e Isabel Sartorius, se han convocado tres manifestaciones, tres, de distinto signo galleguista. Las tres se acogen a la celebración del "Día de la patria gallega", mientras el Exército Guerrilleiro do Pobo Galego reivindica dos atentados, en el Bierzo y en Pontevedra, atentados filoecológicos contra industrias madereras y energéticas. "Ante el 25 de julio, el Exército reafirma su combate decidido contra la injusticia y la miseria, contra quienes la provocan, el imperialismo y los explotadores, contra la opresión y por la libertd e independencia de Galicia". Toma ya Nuevo Orden Internacional, Fernández Ordóñez.
    Beiras, el profesor que encabeza el Bloque Nacionalista Galego, tiene todos los pelos que hay que tener en la melena y la barba canosa. En la lengua ni uno. Consiguió una nutrida manifestación y una audiencia aún mayor por el procedimiento de juntar las reivindicaciones fundamentales (reforma agraria y ganadera, vertebración de un auténtico nacionalismo frente al regionalismo del PP y el PSOE, lucha por la cultura y el idioma, conquista del derecho de autodeterminación) con un ataque frontal al neogalleguismo fraguista. "Fraga es un dinosaurio". Para Beiras hay dos celecbraciones del 25 de julio, la de los nacionalistas gallegos y la de las instituciones: "No hay siquiera celebración institucional del Día de Galicia, lo que hay es la celebración institucional del Día del Apóstol, patrón de España".
    El Partido Socialista Galego-Esquerda Galega (PSG-EG) convoca otra manifestación conjunta con el Frente Popular Gallego, quien a su vez invita a la fiesta a representantes de HB. Por otra parte, se forma una manifestación unitaria, que no consigue serlo del todo, y me muevo de una a otra concentración. El dinosaurio ha cumplido su papel junto al cardenal y al Príncipe y a lo largo del día impondrá condecoraciones gallegas y retendrá los sollozos cada vez que pronuncie la palabra Galicia. Los más ingenuos aseguran que el cargo ha galleguizado a Fraga y al PP, pero los más avezados ven en esa galleguización el secuestro del galleguismo de verdad. "Esto sólo nos puede pasar a nosotros. ¿Alguien puede imaginar al PP como expresión del vasquismo o del catalanismo?".
    El rector Villares ha tenido la gentileza de invitarme a dar una conferencia sobre las mentiras de la guerra del Golfo, en el marco del lanzamiento de la Facultad de Ciencias de la Información de Santiago. Aprovecharé el viaje para llegar hasta Ferrol en busca de la calle donde nació Franco, de la plaza donde le daban coscorrones porque era bajito y le consideraban una cerillita, de la atmósfera cerrada de una ciudad que sólo tenía dos clases: la oficialidad de Marina del Cuerpo General y los otros. El Día de Galicia me ha atrapado y tuerce mi propósito de derivar hacia la aldea de mi padre, llena de muertos que sólo él recuerda. Fraga se bambolea sobre sus pies insuficientes, gigantesco e imparable, de un acto a otro, y cuando pregunto si se ha notado su presencia en la presidencia de la Xunta, hay clara división de opiniones. Don Manuel ha conseguido comunicar al pueblo que se mueve, y si se mueve él, lógicamente, lo hace la autonomía. Pero un seguimiento de cerca revela que Fraga, una vez más, es una víctima del movimiento por el movimiento, un esclavo de balances, de récords de audiencias, visitas y queimadas. "Fraga necesita estar ocupado. Una cosa es estar ocupado y otra realizar un trabajo auténticamente constructivo para la autonomía". Estoy cenando con Xosé Luis Barreiro Rivas, el hombre que pudo reinar en Galicia y acabó en los tribunales, en uno de los ajustes de cuentas más taimados que ha presenciado la transición española. Ex seminarista, progre, parado, Barreiro consiguió un cargo administrativo en Alianza Popular y llegó a ser el verdadero presidente de la Xunta mientras Fernández Albor leía revistas ilustradas y ordenaba al camarero: "Sírvales unos cafés a estos chicos". Barreiro había regalado a los conservadores gallegos inteligencia política y una estrategia nacionalista pujoliana de la que carecían, pero en ningún caso quiere que se identifique su estrategia nacionalista con el regionalismo fraguista. "Fraga puede hacer mucho daño al nacionalismo, lo puede hacer retroceder a niveles folclóricos". Barreiro está atravesando el desierto de seis años de inhabilitación para ocupar la función pública que desempeñaba y de un descalabro electoral que le dejó sin razones en la calle, después de haberlas perdido en las trastiendas de los tribunales.
    Pero todos me lo señalan como una gran cabeza, tal vez la más clara de un nacionalismo centrista y centrado angustiado ante la distancia adquirida por los otros dos nacionalismos históricos, el vasco y el catalán. En un espléndido libro de Xosé de Cora titulado Barreiro contra Barreiro este heterodoxo gallego, del que ya se sabe si sube o baja una escalera cuando te lo encuentras en el descansillo, suminstra implacable información sobre la crisis de un nacionalismo sin racionalistas y la vieja sabiduría de un pueblo que mide la política por la miserable red de carreteras de que disfruta o una de las sanidades más tercermundistas del Estado. El dinosaurio solloza cada vez que dice Galicia y sus adversarios empiezan a darse cuenta de que está fraguizando el galleguismo, y no al revés. "Sólo un unitarismo auténticamente nacionalista nos hará fuertes ante una política desnacionalizadora en la que participan tanto el PP como el PSOE". Barreiro ha pasado el Día de la Patria Gallega lejos de Santiago, aquelarre de príncipes, cardenales, feriantes, peregrinos, manifestantes y este viajero, tantas veces mestizo, que aún conserva la, sin duda, falsa impresión de que Galicia se ha pasado la historia deshabitándose.

El Ferrol que nunca fue del caudillo

18 / 8 / 1991

"En el Ferrol se levantará un monumento al general Franco como recuerdo perenne a su gesta heroica de oponerse a la invasión masónica".
(El Ideal Gallego, 10/11/1936).

Aunque Franco sigue de estatua ecuestre en la plaza radial que introduce al centro histórico de Ferrol, la ciudad ha dejado de ser de El Caudillo. ¿Lo fue alguna vez? En la calle de María, un bajorrelieve épico proclama que allí nació Francisco Franco Bahamonde en 1892 y allí creció, aunque no tanto como él hubiera querido. Pilar recuerda así a su hermano, el caudillo: "No era tímido ni retraído. Ser pacífico no quiere decir que fuera tímido. Jugaba normalmente con los demás niños de su edad. El que tuviera aspecto de estar siempre asustado, es otra de las imaginaciones e inventos de la gente. Lo que ocurre es que como era delgadito y muy poquita cosa, podía parecer tímido. Le llamaban cerillita. El tiempo ha demostrado que de tímido nada".
    El primo, Franco Salgado Araujo, en Mi vida junto a Franco recuerda con melancolía y cariño el Ferrol de su infancia, un duro Ferrol para el huérfano que se acogía a la tutoría de su tío, el padre de Franco, y a las sobras de afecto y solidaridad de una familia numerosa y secretamente rota. Paquito y Pacón eran inseparables y lo siguieron siendo a lo largo de su carrera militar, y cuando Paquito se conviertió en Franco, Franco, Franco, Pacón siguió a su lado, indudablemente fiel, aunque en la trastienda de su capacidad de observación fue acumulando discrepancias que con el tiempo han sonado a disidencias. Pacón recuerda los largos paseos a los que les obligaba el tío por los alrededores de Ferrol, en busca de las alturas desde las que poder dominar la ría y desgranar lecciones de cosas y de navegaciones que enfurruñaban a Pilar, dejaban indiferente a Paquito y, en cambio, encantaban al primo añadido, tal vez porque necesitaba la estatura de un padre, aunque fuera prestado. Los Franco Bahamonde adoraban a su madre y reservaban para su padre desde el respeto ritualista de doña Pilar —al fin y al cabo un padre es un padre— hasta el desprecio de Paquito, acentuado cuando don Nicolás se marchó a Madrid y vivió allí "con otra mujer", con otra mujer que no era la abnegada, sufrida, martirizada santa madre, doña Pilar Bahamonde Pardo y Taboada y Bermúdez de Castro y Tenreiro y Basanta... una colección de apellidos prestigiados en aquel Ferrol de pocas familias y calles, reticuladas unas y otras según la racionalidad de urbanistas militares y con una vida social dominada por la aristocracia de la Marina: los oficiales del Cuerpo General. "El Ferrol siempre ha sido una ciudad pendiente de las apariencias", musita a mi lado un ilustre jurista. Estamos acodados sobre la balaustrada de los jardines de Comandancia y ante nosotros se despliegan los edificios del Arsenal. Cien años atrás, Ferrol era una de las sociedades más cerradas de España cuando Franco la dejó en 1907 para ingresar en la Academia Militar de Toledo, casi al mismo tiempo su padre abandonaba el hogar familiar. En la ciudad de las apariencias, los Franco Bahamonde habían quedado como desnudos y Franco sólo volvería al Ferrol para ver a su madre, y, ya caudillo, para recorrer la senda que tantas veces siguió doña Pilar hasta la ermita de la Virgen de Chamorro a pedirle a la Virgen consuelo o tal vez explicaciones por el mal pago concedido a su virtud.
    Son abundantes las referencias a la galleguidad de Franco. Retranca gallega. Ambigüedad gallega. En cualquier caso los Franco pertenecían por tradición más a la Armada que a Ferrol, una garita de España, asomada a un océano por donde llegaban restos del imperio y su conciencia de galleguidad no iba más allá del lacón con grelos y la gaita. Caracteriológicamente, ¿qué tiene que ver el frío y calculador Francisco con el vehemente y versátil Ramón?¿El acomodaticio Nicolás con la apasionada Pilar?¿La virtuosa y abandonada madre educadora de obreros católicos con el padre partidario de los tobillos femeninos y jóvenes?
    Desde la muerte de su madre en Madrid, cuando la buena mujer iba camino de Roma para que Su Santidad la bendijera, Ferrol dejó de tener interés para Franco. Y viceversa, los ferrolanos acabaron considerando a Franco un exceso histórico que pocos beneficios les reportaba, hasta el punto de que las primeras elecciones municipales democráticas las ganaría el doctor Quintanilla, hijo del alcalde republicano fusilado por los rebeldes en 1936. Todavía hoy gobernarían las izquierdas en Ferrol de haberse puesto de acuerdo a tiempo socialistas y comunistas, pero se dejaron llevar por el pleito de si eran galgos o podencos, y se les coló una frágil mayoría de derecha, hoy cuestionada, mientras las izquierdas tratan de recomponer su alianza. La evidente escasa química entre Galicia y los Franco se capta en la ausencia de bibliografía sobre esa relación, salvo algunas muestras de cantos ditirámbicos y lameculos de los años cuarenta. Aunque doña Pilar siguió ejerciendo de ferrolana y Pontedeume conseguía concentrar a casi todos los hermanos en el verano, la marcha del padre, la dispersión de los hermanos por los ejércitos de tierra, mar y aire rompió un vínculo, y muy especialmente en el caso de Franco, Franco, Franco, porque su excelencia tuvo mando en plaza en La Coruña y luego veraneó en el Pazo de Meirás o rezó en el Chamorro por la memoria de su madre o se dejó llevar bajo palio en la catedral de Santiago, ante multitudes tan curiosas como las que esperaban al príncipe Felipe y a Isbel Sartorius, pero Paquito de hecho nunca volvió a Galicia, nunca volvió a la calle María, nunca volvió a casa.
    El 108 de la calle de Frutos Saavedra de Ferrol, más conocida por la calle de María. Aquí nació Franco, en un caserón como tantos otros caserones ferrolanos donde vivían familias de la oficialidad naval. Hoy sólo puede visitarse con un permiso expreso de la duquesa de Franco, y los guardianes de las llaves de la casa respetan esta condición hasta sus últimas consecuencias. Pero ya Pilar Franco nos avisó en sus memorias Nosotros, los Franco, que su cuñada Carmen Polo, la había dejado irreconocible, desde la sospecha de que el caserón original no estaba a la altura histórica alcanzada por su marido. Puedo imaginar los recorridos del niño hasta el paseo de la Herrera, los jardines de Comandancia, orientado por el racionalismo urbano del barrio de la Magdalena.
    Franco nunca volvió realmente a esta casa y tras la muerte de su madre alcanzó el rango metafísico de Santísima Trinidad, España, Su Madre y Él como una entidad esencial. Todo lo demás, accidentes de paisaje o de paisanaje. Accidentes. De la lectura de Desarrollo urbano y crisis social en Ferrol, de Enrique Clemente Cubillas, deduzco que esta ciudad ha crecido y se ha autodestruido en relación con leyes económicas y sociales objetivas, sin que interviniera el factor humano del padrinaje de Franco. De la misma manera que los problemas de Galicia, de identidad o materiales, recogidos en la monografía Galicia, coordinada por José Antonio Durán, no tienen un antes y un después del franquismo , sino una lógica interna marcada por el deshabitamiento y el olvido del Estado central, que siempre contó con gallegos dóciles o terribles al servicio de la supuesta unidad de destino en lo universal llamada España. Salgo de Galicia y llegado a la altura de Lugo los rótulos me avisan por primera vez que puedo escoger la carretera de Sarria y Monforte y acercarme a recuperar la aldea de mi padre, aquel mi primer encuentro con parte de mis raíces, en el verano de 1947, cuando perdí el primer diente y se murió Manolete. Pero dejo pasar el reclamo, como más adelante dejo pasar el de Puebla de San Julián, aquella estación ferroviaria en la que se reunía una familia gallega separada por emigraciones, guerras y cárceles y que durante todo un verano habló de todo lo divino y lo humano sin mencionar a Franco, ni siquiera una guerra que les había herido y dividido tan innecesariamente.