M.V.M.

Creado el
13/11/98.


Roldán ha puesto el listón muy alto

CARMEN RIGALT

Magazine El Mundo, 6 / 11 / 1994


Mientras un estrangulador —protagonista de su última novela— asalta triunfalmente los escaparates de las librerías, Vázquez Montalbán busca refugio en la cocina y fomenta su vocación de alquimista iniciándose en los secretos de la repostería. La literatura y el hojaldre son placeres compatibles que ocupan las mejores horas de su tiempo. Con el corazón renqueante y la tripa sensiblemente desinflada, el escritor habla en esta entrevista de los síncopes que azotan a la vida nacional.

PREGUNTA. No sé si envidiarle o compadecerle, Manolo. Estuvo todo el verano sin dejar de publicar una serie sobre Roldán, luego se operó del corazón, volvió enseguida a la carga y ahora ya anda promocionando su última novela. Es que no para.
RESPUESTA. Tiene razón. Pero no sé hacer otra cosa. Sólo escribir y cocinar. Hay profesores de Universidad dedicados a la literatura, o funcionarios del Estado que trabajan en Obras Públicas y que además escriben libros, como es el caso de Hortelano, pero yo tengo todo mi tiempo para escribir. Es lógico que sea más productivo...

—En la vida hay cosas casi tan importantes como producir. Por ejemplo, no producir. Usted podría permitirse ese lujo de vez en cuando.
—En un tiempo conseguí estar sin hacer nada, y creo que me iba bien, porque quedarse en blanco es una buena higiene mental, pero cada vez me resulta más difícil... Ahora, cuando estoy sin hacer nada, me pongo a pensar en lo que haré después. Encima tengo el síndrome del currante, de cumplir con los encargos... A medida que me hago más viejo noto mayor ansiedad por aprovechar el tiempo. Constantemente me asalta la necesidad de poner por escrito cosas que he pensado. Tengo muchos proyectos en la cabeza, proyectos que no podré cumplir porque para eso necesitaría la longevidad de un turco consumidor de yogur.

—Yo le imaginaba más hedonista, más...
—Soy hedonista, aunque también le digo que mucho hedonismo puede ser terriblemente rutinario y aburrido. El hedonismo mal dosificado cansa bastante.

—Desde su atalaya de convaleciente supongo que la vida pasará más despacio. A lo mejor es una pregunta tópica, pero quizás en estos últimos tiempos se haya hecho usted preguntas que antes no se hacía...
—Cuando fui a operarme ya sabía eso, es decir, sabía que la gente, en trances serios, suele hacerse preguntas que en circunstancias normales no se hace. De modo que para prevenirlo me vacuné. Lo racionalicé todo y dije: "bueno, si hasta ahora me han presentado como escritor marxista, seguidor del Barça, etcétera, ahora habrá que añadir cardiópata".
Es una nota más que asumo con la máxima objetividad posible.

—Y con humor, por lo visto.
—Siempre me ha hecho mucha gracia la retahíla de cosas que me atribuyen en las presentaciones de libros. Aparte de llamarme Ricardo Montalbán, que ha sucedido más de una vez, cuando quieren connotarme suelen decir "poeta, ensayista, novelista y gourmet". Como si lo de gourmet fuera un género literario.


—Pero yo quería saber cómo ha vivido su convalecencia. Y no me refiero a su salud espiritual sino a ese estado de pasividad, o de placidez, que le permite a uno salir de la película para convertirse en espectador. Ya sabe, la película es Pujol, los discursos de Arzalluz, los "reality shows" de Felipe, Mario Conde, o sea...
—Sólo estuve un día en la UVI y nada más salir empezaron a contarme que Anguita había dicho esto y Mendoza lo otro... De modo que enseguida me sumergí de lleno en el maldito rollo de la vida política española, donde todo es tan previsible que incluso llega a ser tedioso. Lo único estimulante que de verdad se ha producido durante los últimos tiempos ha sido lo de Roldán. Él ha puesto el listón muy alto. Yo estoy a la espera de ver quién se atreve a superarle. Para sorprendernos de verdad, sólo cabría esperar que el cardenal primado se dedicara a la trata de blancas, lo cual parece totalmente descartable.

—Viviendo como vive en Barcelona, siempre logra salir indemne de todas las movidas que se producen en torno al hecho catalán. Al final es como si las cosas pasaran por usted sin romperlo ni mancharlo. ¿Qué hace para conseguirlo?
—Vivo en la montaña, alejado de la ciudad, y contemplo el paisaje de la vida barcelonesa como si lo sobrevolara... Imagino que eso influye.

—¿Se siente por encima del bien y del mal?
—No. Me siento geográficamente alto, y a veces la vida me parece una postal...

—¿No se moja porque no quiere...?
—Me mancho y me mojo como todos, y la prueba es que recibo columnas insultantes de respuesta en mi propio periódico. Pero yo no me dejo llevar por fulgores demasiado pasajeros, cosa que en esta profesión es bastante frecuente. De pronto hay un fulgor que atrae de forma apasionada a la gente y donde muchos se queman. En mí hay siempre cierta carga de distanciamiento crítico, que tal vez no sea muy positiva, pero que a la postre me impide quemarme.

—Está reproduciendo, aún sin reconocerlo, la actitud del sabio.
—Bueno, hay sabios imbéciles y bobos ilustrados... En todo sabio existe una faceta de cretinez evidente. La distancia crítica no es síntoma de sabiduría sino puro instinto de supervivencia. O tienes cierta distancia crítica o caes en la memez veinte veces al día, aunque yo también me pregunto si no tienen más mérito las personas que se implican a fondo...

—Claro. Porque usted no ha armado ningún pitote ni ha mantenido una actitud beligerante en el tema de la inmersión lingüística.
—Tampoco lo han armado Eduardo Mendoza, ni Juan Marsé, ni Félix de Azúa... Los escritores castellanos que vivimos en Cataluña no le hemos visto al tema ese tinte de conspiración demoníaca que se han interesado en ver otros desde fuera. Existen problemas y desaguisados en la operación de inmersión lingüística, pero yo estoy convencido de que si Pujol hubiera pactado con el PP en lugar del PSOE, el escándalo no hubiera estallado y muchos medios de comunicación no se hubieran puesto tan furiosos. En gran parte el escándalo formaba parte de la táctica de acoso y derribo al PSOE. Una manera de potenciar ese acoso ha sido decir: "fijaros, Felipe pacta con un genocida lingüístico llamado Pujol".

—Usted está convencido de que Pujol no quiere acabar con el castellano en Cataluña.
—Hombre, estoy convencido de que no podrá, por una simple cuestión de sensatez histórica, biológica e intelectual. Pujol, y los catalanes en general, han partido de una inferioridad de condiciones respecto al castellano, y aún hoy, cualquiera que contemple el mercado mediático en Cataluña se dará cuenta de que existe una fuerte hegemonía del castellano. La política de la réplica para invertir la situación ha creado agravios, pero eso no significa que se esté produciendo un genocidio del castellano. Ni hablar.

—Tampoco se ha pronunciado usted sobre el "caso Gala" y la polémica que desencadenó a cuenta del teatro en catalán.
—El problema del teatro en Cataluña y en España excede a Gala porque es un problema de la crisis general del teatro. Seguramente todo deriva de los gustos teatrales. El gusto teatral imperante en los últimos años ha entregado el poder al director escénico, lo que ha supuesto la desaparición del autor. Eso por un lado. Por otro, Gala dijo que los catalanes preferían ver teatro polaco, y yo creo que ahí tuvo un lapsus, seguramente porque no sabía que en ese terreno existen susceptibilidades, ya que a los catalanes muchas veces se les ha llamado polacos. Él, que es castellano-manchego, o extremeño, tal vez desconocía esa equivalencia, cosa que por otro lado no se le escapa a ningún socio del Real Madrid...

—Usted, como castellano-parlante, habrá tenido que bailar mucho en la cuerda floja.
—Aquí ha habido, desde la época de la resistencia antifranquista, una posición política de los autores castellanos, asumida ya por la generación anterior —los Barral, los Goytisolo, Gil de Biedma y compañía—, de escribir en castellano y al mismo tiempo ser partidarios de la reivindicación catalana. Eso ha evitado sospechas sobre si éramos o no éramos un ejército de ocupación lingüística. Lo que ha sucedido es que nos han ignorado como miembros de una supuesta cultura catalana, lo cual es injusto, porque algo pintaremos en la cultura catalana, digo yo. Cuando se hizo la exposición oficial sobre la cultura en Cataluña, ninguno de nosotros aparecía, y en cambio sí aparecían arquitectos que son unos anticatalanistas furibundos. Pero claro, el arquitecto no se vale del instrumento del idioma, y eso le salva.

—¿Sigue creyendo que hay que pedir lo imposible para ser realista?
—Sí. Lo pidió un señor tan moderado como Max Weber, al que ahora se hinchan a citar todos... Para conseguir lo posible hay que aspirar a lo imposible. Lo que ocurre es que en este achicamiento de espacios que ha significado la política del PSOE, se ha terminado pidiendo sólo lo posible y encima no consiguiéndolo. Por cierto, hablando de achicamiento de espacios, que es lenguaje de Valdano, le diré que he recibido una carta suya interesándose por mi salud. Es todo un detalle.

—Anguita pide lo imposible y sin embargo, muchos siguen calificándolo de visionario.
—Anguita ha mejorado muchísimo en estos últimos años. Lo que todavía le pierden son las metáforas. Yo recuerdo que durante la huelga general del 14-D opinaron en la tele muchos políticos, y al llegarle el turno a Anguita, él sentenció: «Marx no ha muerto». ¡Toma ya! Se lo comenté un día, pero me respondió que el cuerpo le pedía esa clase de metáforas. Anguita no valora el efecto magnificador de las palabras y comete deslices peligrosos. Su famosa equivalencia de Pujol con el franquismo ha sido de lo más desafortunada.

—¿Es usted partidario del borrón y cuenta nueva en los temas de corrupción?
—No. Soy partidario de la clarificación y, sobre todo, del diálogo. La corrupción principal es lo que llamamos fondos reservados. Me produce estupor oír en las tertutlias radiofónicas que se asume como inevitatble la existencia de fondos reservados. Aceptar eso es casi como asumir la idea del Estado delincuente, que puede matar con fondos reservados, secuestrar o hacer cualquier barbaridad histórica. No entiendo por qué en el libro del debe y el haber del Estado no pueden figurar los confidentes y todas las operaciones necesarias para la seguridad. El Estado tendría que ser de cristal blindado, pero transparente. A la larga, la moral de fondos reservados se dirige contra los ciudadanos, porque la doble contabilidad respalda a la doble moral y a la doble verdad. Hasta que no nos carguemos los fondos reservados, el Estado será sospechoso. Y a mí no me gusta la idea de jugármela con un delincuente poderosísimo que además tiene el monopolio de la violencia.

—Dedíqueme una receta de cocina, para cambiar de tema.
—¿Le parecen bien unas albóndigas de cerdo y gambas a la ampurdanesa? Haga las albóndigas mezclando la carne de cerdo y las gambas, y prepare una salsa con el sofrito, la picada y un caldo en el que se habrá cocido previamente las cabezas de las gambas. Ligue bien la salsa y guise las albóndigas con sepia. Es un plato que puede servirle de magdalena de Proust en Madrid.

—¿Le echa mucha literatura a la cocina?
—Más bien le echo mucha cocina a la literatura. Onetti tuvo la desgracia de leer alguna novela mía antes de morir y se fue a la tumba con la sospecha de que en lugar de hacer libros, lo que yo hacía eran platos combinados.