M.V.M.

Creado el
19/11/97.


«Si apuestas por la utopía eres un demente»

ROSA MORA

EL PAÍS Babelia, 19 / 11 / 1994.


"Me llamo Albert DeSalvo y soy el estrangulador de Boston" y, apenas 10 líneas después, afirma que está en un hospital penitenciario donde cumple condena "al parecer por esquizofrenia" ¿Es Albert DeSalvo o es Albert Cerrato? ¿Es cierto que ha matado a 34 personas? ¿Está cuerdo el psiquiatra argentino que le asiste? ¿Es argentino? No hay duda, El estrangulador (Mondadori) es una de las novelas más inquietantes que ha escrito Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939). Plantea todas las preguntas y da pocas respuestas. Éstas quedan a cargo del lector que tendrá que sacar sus propias conclusiones. Es también la más literaria que escribe en seis o siete años, después de Los alegres muchachos de Atzavara, ya que tanto Galíndez como la Autobíografía del general Franco son en realidad investigación periodística, o histórica, novelada.

El estrangulador es una novela sobre la identidad, la memoria, la soledad.
—Sí, es todo eso y es también una parábola sobre el individualismo, sobre la tendencia al aislamiento de la persona, la insolidaridad. La única lección que nos está quedando es que o el hombre es un lobo para el hombre o es un loco para el otro. O sea, o es un lobo y tiene relaciones de lobo a lobo y a ver quién da antes la dentellada, que es lo que se está instaurando, o es un loco. Y en este caso le respondes con tu propia locura, asumes la suya o lo aíslas. En el fondo es una metáfora sobre la soledad y sobre la ruptura de los lazos de comunicación.

—La novela tiene dos partes muy diferentes. En la primera, Retrato del estranguludor adolescente, el protagonista se muestra agresivo, duro. En la segunda, Retrato del estrangulodor seriamente enfermo, aparece, en cambio, triste, sin esperanzas.
—Le han amenazado. Si sigue siendo tan agresivo le van a dejar fuera de juego y entonces finge y pacta con el orden establecido en el manicomio. En realidad, toda la novela es un fingimiento. Por ejemplo, en el informe del psiquiatra todas las referencias científicas son falsas aunque en el resto del libro muchas de las citas del loco son reales.

—Se llega a sospechar que toda la historia es un invento del loco.
—Pues sí, como es el propio loco quien ha redactado el informe psiquiátrico se te plantea la duda de si el psiquiatra ha existido alguna vez. Es una novela que deja abiertas todas las posibilidades para que los lectores se la tomen como quieran.

—¿Gustará a los lectores de Carvalho?
—Yo no me planteo nunca gustar a los lectores de Carvalho, ni siquiera cuando escribo un Carvalho. Me he permitido el lujo de dejarles con un palmo de narices con novelas como Sabotaje olímpíco o Roldán ni vivo ni muerto. Nunca he sacrificado ningún Carvalho a una fórmula anterior que haya tenido éxito. Empiezo cada novela a partir de cero. Lo único que tengo que respetar es a Carvalho, Biscuter y dos o tres cosas más. Lo que quiero es estimular a los lectores y a la crítica para que puedan leer cada libro de una manera diferente, y si les gusta bien y si no, también.

El estrangulador es una novela inquietante, causa desasosiego.
—No olvidemos que la interpreta un loco y los locos, por mucha literatura que pongas, siempre resultan inquietantes. El protagonista dice en un momento determinado que cuando se pone catatónico llaman a los loqueros. Mucha antipsiquiatría y mucho cuento, pero en cuanto el loco se excita hasta los antipsiquiatras llaman al loquero.

—El estrangulador explica que mató a sus padres "por geometría, no por compasión" y considera la geometría como una serie de criterios objetivos, fríos, racionales. ¿Con qué se queda Vázquez Montalbán, con la geometría o con la compasión?
—Evidentemente, hemos sido educados en la compasión. En la pura geometría sólo pueden vivir los tiburones y ser tiburón las 24 horas del día es muy cansado; además cuando al tiburón se le rompen los esquemas se autodestruye. Prefiero una relación tensa entre la geometría y la compasión, pero si es necesario decantarse, me inclino por la compasión.

—En España ¿qué domina: la geometría o la compasión?
—Este país ha creado un grupo emergente, siniestro, de triunfadores y de aprendices de triunfadores que está inculcando las tesis de la geometría y que está haciendo todo lo posible por borrar todo lo que conduce a la compasión. Quizá se deba a la aceleración con que España ha accedido a lo que llaman modernidad. Ha producido monstruos a ritmo acelerado.

—Una serie de personajes, como un editor o el secretario general de un partido político visitan al loco. Representan de alguna manera la destrucción de la memoria, la pérdida de un cierto paisaje.
—Esta especie de ferocidad del presente es una de las obsesiones que aparece en muchos de mis libros. Si apuestas por la memoria te quedas obsoleto y si apuestas por la utopía eres un demente o un individuo peligroso porque estás apostando por un futuro perfecto cuando todos los futuros son imperfectos. Sólo eres una persona normal si te quedas en el presente. Para mí el gran triunfo ideológico de la derecha no ha sido el venderte un cuerpo doctrinal, ha sido el extirparte la capacidad de recordar, de reinventar y de repensar.

—El personaje de la novela elige la posibilidad del autismo. ¿Qué defensa tienen los recuerdos?
—Todo el mundo recurre a cierto autismo. Todos necesitamos una pequeña fortaleza interior, desde donde planeamos nuestra estrategia.

—¿Su estrategia es escibir un libro como Panfleto desde el planeta de los simios?
—Quizá. Es un ensayo que parte de esa idea de la dictadura del presente, que te obliga a despreciar la memoria y a que sea tremendo plantearse el futuro. Recojo la metáfora de la película El planeta de los simios. Los simios estaban horrorizados por el pasado de la razón que condujo a la guerra nuclear y ahora están horrorizados por el pasado de la razón que condujo a la guerra fría. Más vale instalarse en el presente, dicen, y lo mejor es no pensar en el pasado y ni pensar en el futuro. Somos simios que estamos aquí: qué espantosa aquella época en que los hombres mandaban, porque a veces tenían aspiraciones monstruosas, que conducían a la muerte y a la destrucción, aunque, claro, algunas veces también conducían a una cosa que se llamaba esperanza, algo que se ha extirpado totalmente de las relaciones actuales. Ése viene a ser el resumen de este libro que me pidió Feltrinelli y que supongo que saldrá simultáneamente, la próxima primavera, en varios países.

—Hace menos de un mes apareció otra novela suya, Roldán, ni vivo ni muerto, que publicó por entregas EL PAÍS el pasado verano. ¿Eligió usted el tema o se lo pidió el diario?
—Me lo pidió el diario. A diferencia de otros autores, a mí me encantan los encargos. El tema me estimuló muchísimo y eso que lo escribí bajo una tensión extra. Tenía miedo de que me pasase algo, que no pudiera acabar la novela, pues estaba a las puertas de la operación [fue intervenido del corazón en septiembre de 1994] y mi estado no era muy bueno. Además, una de las reglas de la novela era que fuera incluyendo lo que estaba pasando, y en cualquier momento podía aparecer Roldán, o sea que tenía que ser una novela abierta. ¿Qué hice? La escribí de un tirón y luego fui revisando los capítulos a medida que los iba entregando.

—¿Cómo se siente tras la operación?
—Lo peor fueron los dos meses antes. Si tienes un infarto te meten en el túnel y apenas te das cuenta de nada, pero yo sabía que tenían que operarme. Fue más angustioso que la operación misma. Todos dicen que después de una intervención así ves la vida de otra manera y yo me puse a la defensiva ante la posibilidad de que pudiera traumatizarme. Reconozco que hay una tendencia muy fuerte a la hipocondría, cualquier cosa te hace pensar que se ha estropeado el invento.

—Carvalho y Biscuter buscan a Roldán y encuentran a un montón de dobles del ex director general, ¿es una historia verosímil?
—¿Por qué no? ¿Por qué no pueden encargar un concurso de Roldanes y exportarlos por el mundo para hacerlo inalcanzable? A pesar de las condiciones en que la escribí, quedé muy satisfecho del resultado, porque no es una novela en clalve policiaca sino una alegoría política. No podía caer en el tópico de la denuncia de la corrupción, porque eso ya lo hacen los periódicos. Hay además ahí otra historia, la de la doble verdad, esa moral del fondo reservado que me horroriza, de los secretos de Estado. Eso de que puedan poner una cara en televisión y bajar luego a las cloacas y allí dar pasta gansa para matar a alguien o para robar lo que sea. Es el Estado delincuente. Eso es lo que me interesaba describir en clave humorística en Roldán, ni vivo ni muerto.

—La cultura del pelotazo...
—Es curioso, cuando en un artículo me metía con algunos de esos personajes, enseguida salían editoriales en periódicos controlados por este tipo de señores en que me acusaban de ser un pertinaz marxista.

—¿Ha sido alguna vez un pertinaz marxista?
—No. La primera sorpresa que se llevaron los marxistas de verdad es cuando vieron que a mí me llamaban pertinaz marxista. Desde el año 61 en que me metí en estos tinglados hasta ahora, creo que muy pocos dirigentes del PC me han tomado por un pertinaz marxista.

—¿Pero le tomaron en serio?
—Sospecho que nunca me han tomado demasiado en serio. Aunque sí valoraron mi fidelidad ética, un cierto respeto emocional, a lo que podríamos llamar el partido comunión, lo que ha hecho la gente a lo largo de la historia de ese partido, el enorme sacrifilcio que hay detrás de él.

—¿A qué se siente éticamente fiel ahora?
—De momento, lo que más me excita son los neoliberales autoritarios. Me sacan de quicio. Están traicionando lo más positivo del liberalismo, que es la liberalidad y la capacidad de imaginación liberal. Ha aparecido una nueva camada, no tan nueva en muchos casos, de neoliberales autoritarios, partidarios de la verdad única, el mercado único, el mundo único, el ejército único, la argumentación única, etcétera. Y todo lo que no sea eso forma parte del poscomunismo culpable, forma parte de la locura utópica que puede llevar otra vez a la catástrofe. Estos personajes son siniestros y, además, no sólo tienen la mezquindad de carácter ideológico sino una pobreza ideológica increíble. Son de catecismo.