Creado el |
La crisis de la izquierdaMANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁNEL PAÍS, 6 / 5 / 1984.Las formaciones políticas herederas de la conciencia de lucha de clases fraguada a partir de la revolución industrial disponen de un metabolismo históricamente conformado en la dialéctica constante entre sus deseos y la realidad. Han interiorizado un conocimiento de la realidad y han exteriorizado un comportamiento histórico para modificarla positivamente, valiéndose de distintos mecanismos de adaptación a las circunstancias cambiantes. Aprehender realidad. Ésta es la clave de la cuestión. Naturalmente, a partir de un conocimiento científico de los mecanismos de la realidad, sea cual sea el énfasis que se ponga sobre tres fases interrelacionadas de una misma situación concreta: las claves económicas, las posibilidades políticas, la energía transformadora de la conducta social. Si se mantiene esta tensión dialéctica entre lo que se sabe, se asume y se hace, los partidos políticos progresivos están en condiciones de forzar los ritmos de la historia. Si se rompe esta tensión dialéctica, los partidos políticos tienden a instalarse en lo que ya saben y a convertirse en factores objetivos de retención de ritmo histórico, cuando no en instituciones fácilmente manipulables por los partidarios de convertir el filme en una foto fija. Los partidos políticos son sujetos colectivos pensantes, capaces de adquirir un saber, una conciencia y de actuar en consecuencia. Los de derecha tienden a convertir lo que ya saben en categorías de conocimiento universal eterno inmodificable, a lo sumo con capacidad mimética de adaptación a transformaciones superficiales. Pero la razón de ser de la izquierda radica precisamente en su papel de energía de cambio para bien, es decir, para mejorar cuantitativa y cualitativamente la condición humana contra toda alienación superable, contra toda alienación que tenga una razón de ser social. Este sujeto colectivo pensante, este intelectual orgánico colectivo llamado partido, sea socialista o comunista, decide unos mecanismos de aprehensión de la realidad, metaboliza los datos recibidos y actúa. La bondad del procedimiento ha sido incluso cantada por los poetas: "Tú tienes dos ojos, pero el partido tiene mil", escribe Bertolt Brecht en el inicio de su Oda al partido. En sus etapas de vanguardia de la conciencia crítica, socialismo y comunismo fomentan un aumento cuantitativo del saber de sus militantes y disciplinas internas de debate que acercan, dentro de lo que cabe, a esa elaboración colectiva de consciencia. Creo que es posible incluso delimitar el momento del tiempo histórico en que, ya separados comunistas y socialistas, atrofian sus mecanismos de aprehensión de la realidad a partir de servidumbres no sólo diferenciadas, sino incluso enfrentadas entre sí cruelmente. La lucha entre espartaquistas y socialdemócratas al acabar la primera guerra mundial o las batallas, no siempre meramente dialécticas, entre la II y la III Internacional, inmediatamente antes e inmediatamente después de la segunda guerra mundial, bloquean la capacidad de aprehensión critica de la realidad, en un doble sentido de la palabra bloquear: paralizan mecánicamente y alinean según el punto de referencia de dos bloques internacionales. Socialistas y comunistas aprenden, piensan y actúan en función de tomas de posición en una de las dos trincheras y tienden a convertirse en factores de parálisis histórica, de instalación en el empate histórico. El grado de agudización de la guerra fría, marca el grado de cerrazón o apertura en el bloqueo, y resulta de un primitivismo marxista ruborizante llegar a concebir la sospecha de que el deshielo dogmático de los años sesenta se debió al boom económico neocapitalista, que hizo a los unos menos hostigantes y a los otros menos recelosos. El desencanto o la disidencia, cuando no la apostasía, jalonan de espíritus sensibles las cunetas de un largo camino que va desde 1945 hasta el infinito, y en el interior de los partidos de izquierdas se ha instalado una conciencia de administración de lo que ya se es y de lo que aún se tiene, es decir, de un patrimonio social que sólo sale al exterior los días de procesión electoral y en algunas otras fiestas de guardar. A los partidos socialistas aún les queda el morbo histórico de un bandazo electoral que les permita relevar a la derecha, más por una fluctuación del gusto colectivo que por una clara diferenciación de programas de gobierno. Pero a los partidos comunistas de Occidente, salvo el italiano, que tiene un patrimonio difícilmente dilapidable, sólo parece preocuparles la búsqueda de un espacio electoral que les haga necesarios históricamente y que les ayude a mantener un aparato burocrático. La ofensiva ideológica de la nueva derecha empezó poniendo contra las cuerdas al marxismo como método de diagnóstico, y a los partidos marxistas, como instrumentos para la transformación positiva de la realidad. A continuación se puso en revisión la posibilidad de que la historia tuviera un sentido progresivo y que ese sentido pudiera ser activado. Finalmente, la ofensiva apunta al descrédito mismo del saber histórico, de la historia, porque así queda sin sanción el comportamiento de la reacción objetiva y se elude la gran cuestión: la necesidad de cambiar la idea de progreso acuñada por la conciencia burguesa, arruinada por el grado cero de desarrollo y la imposibilidad de mantener los niveles de acumulación capitalista. A la defensiva, con miedo a perder votos, a desestabilizar el statu quo de los bloques o a excitar el fantasma del fascismo, los partidos de izquierda tradicionales han dado la callada por respuesta, asumen un strip-tease teórico que más parece el lanzamiento de lastre desde un globo que pierde altura, y en lo fundameatal renuncian a renovar su conocimiento social, porque tal vez se pondría en cuestión su propia función. Y en cuanto a los intelectuales de izquierda no órgánicos, no militantes, o bien están en plena espiación por sus alienaciones pasadas o bien temen pasar al museo antropológico de la premodernidad, juntos y revueltos con el Manual de Economía de la Academia de Ciencias de la URSS, el santo prepucio de Kautsky, el tampax y el traje de baño incorrupto de Mao Zedong. Pero difícilmente la izquierda puede quejarse de la ofensiva de la nueva derecha y de la grave neutralidad apolítica de la juventud o de las masas cuando no ha sabido ni siquiera espabilar al intelectual orgánico colectivo que tenía más cercano y ha tolerado, por vía activa o pasiva, que se convierta en un idiota orgánico colectivo, idiota perfecto, porque
ni siquiera sabe que lo es. Al margen de este querer o no querer, poder o no poder, la historia sigue y los aburridos provincianos o capitalinos del imperio pueden ver a través de la televisión, privada o pública, en blanco y negro o en color, cómo en la periferia la nueva derecha es otra cosa e inscribe 30.000 desaparecidos en el necesario debe de la democracia. Y sin ir tan lejos, los desganados occidentales pueden comprobar cómo los bobbies pierden la compostura cuando los pacifistas se oponen a que la nueva derecha
convierta su peso en misiles atómicos y cómo los sofisticados ejecutivos de multinacionales,
irónicos y sutiles perdonahistorias, puestos a elegir entre beneficios y contaminación, eligen contaminación. |