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Columnas de Manuel Vázquez Montalbán
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Creado el
8/10/97.


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Serra al cuadrado

EL PAÍS, 26/8/1996.

El caso GAL y la industria y comercio de los fondos reservados pusieron en evidencia el uso que el poder hace de sus capacidades de actuación secreta. La concertación entre el pasado y el presente a través de la figura del ministro Eduardo Serra nos avisa del acuerdo entre el PSOE y el PP para que los peores secretos sigan siendo los más guardados y para que en el futuro el secreto de Estado pueda seguir hecho a la medida de crímenes y violaciones de derechos humanos a cargo de un delincuente impune: el propio Estado. Aquí el auténtico secreto de Estado es el señor Serra, Eduardo, guadianesco personaje que se zambulló en la época de las cloacas socialistas y reaparece para posibilitar las aznaristas. Pero hasta dentro de 50 años no sabremos de dónde ha venido y a dónde va este técnico en navegantes de subsuelo con los cuadernos de bitácora guardados bajo siete llaves.
Al lado del hombre fuerte, Serra 2 o Serra II o Serra al cuadrado, la señora ministra de Justicia ha demostrado que la obediencia ciega y muda no es virtud únicamente de algunos militares, sino también de la señora ex juez, poque le ha bastado al ministro de la Guerra decirle que los papeles del Cesid no se pueden enseñar para que ella lo convierta en dogma. ¡Si lo dice un ministro! El señor Serra al cuadrado, a la vista de los problemas pasados por sus antecesores, se ha dotado de un marco legal mayestático para poder cometer ilegalidades. No quiere decir eso que las cometa, pero de hacerlo, ya no valdrían jueces, ni líderes de opinión, ni coroneles vecinos de Mario Conde para desvelar los secretos de las cloacas del poder. Coloquemos a este Gobierno bajo las peores sospechas. Va a tapar la mierda anterior y va a patentar la propia. Centrista. Incolora, inodora e insípida.

 

El Estado delincuente

1/9/1997.

Transcurridos 40 o 50 años después de haber cometido la fechoría, el Estado delincuente, si es democrático, se disculpa. En Australia se ha disculpado por arrebatar las crías a los indígenas para dárselas a los blancos. En Francia faltan 30 o 40 años para que el Estado se disculpe por haber matado a ecologistas opuestos a las pruebas nucleares. En España, un tiempo similar para que el Estado democrático se disculpe por las guerras sucias emprendidas desde aquella gran guerra sucia que fue la guerra civil o por el uso de mendigos cobaya. Pero estamos hablando de calderilla ética. Lo que sobrecoge es que el Estado, que ha representado al imperio del Bien durante la guerra fría, pida disculpas por haber utilizado a ciudadanos como conejillos de Indias de experimentos nucleares. Ciudadanos de segunda, eso sí; por ejemplo, esquimales o marginados sociales o étnicos que siempre sobran, que nunca se sabe qué hacer con ellos.
Confirmada la noticia, no se conocen las reacciones ciudadanas. Ni siquiera el Santo Padre ha dicho esta boca es mía, dedicadas todas las terminales energías del venerable anciano en la cruzada contra el preservativo. Tampoco los cruzados defensores de los valores humanos durante la guerra fría se han mostrado ni siquiera conturbados ante la evidencia de que para salvar los valores occidentales ha habido que radiactivar a una parte de la ciudadanía. Comprendo que hay otras preocupaciones más determinantes y que no está la caverna mediática para saturarse aún más con sombras de la realidad del pasado. Pero me planteo un juego televisivo: un viaje para dos a un atomizado atolón francés de los mares del Sur en el 2040 si se adivina qué fechorías está cometiendo ahora cualquier Estado delincuente por las que pedirá disculpas dentro de 40 años.

 

La sonrisa

9/6/1997

El presidente del Gobierno, señor Aznar, mal aconsejado por su experto en imagen, gasta la misma sonrisa en los bautizos que en los entierros. Con motivo de la rebelión de los fiscales, nuestro hombre se echó a reír y minimizó la cuestión, hasta el punto de provocar una indignación consensuada entre la fiscalía, aunque tal vez la risa se debiera a que no le llegaba la camisa al cuerpo. Esta risa tonta se debe al síndrome de La Moncloa, porque Felipe González también se echaba a reír cuando casi todos teníamos ganas de llorar. Tampoco se ríe bien González en la oposición. Es la suya una risa de flan chino El Mandarín.
Estoy de acuerdo en que la risa de Aznar es chapliniana, pero no de Charles, sino de Geraldine Chaplin. Aznar tiene algo de personaje de Carlos Saura antes de que Saura se pusiera las castañuelas, y me recuerda a Geraldine Chaplin en Peppermint frappé. Es la mía una asociación de imágenes completamente automática, que sería incapaz de razonar, pero Aznar llega a conmoverme porque se equivoca de cara casi siempre. Me han dicho que es muy resabiado y que no olvida un agravio, ni siquiera una crítica, hasta el punto que sus agravios necesitan plataformas digitales. Bien hecho. Yo hago lo mismo. Pero su asesor de imagen debiera señalarle que enfríe sus emociones sin pasar por la sonrisa, y mucho menos por la risa, porque Dios no le ha dado la gracia de la risa. La sonrisa y la risa de Aznar siempre llevan corbata.
Y así fue que el otro día, cuando le vi reír rodeado de las cabezas cortadas de tanto fiscal, cual rey medieval en plena campana, que no campaña, de Huesca, recordé una preciosa canción siempre en las boquitas sin pintar de las chicas de la Sección Femenina: La farola de Palacio / se está muriendo de risa / porque ve a los populares / con corbata y sin camisa.


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