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La economía española durante el franquismoJOSÉ LUIS GARCÍA DELGADO*TEMAS para el debate, noviembre 1995La mejor perspectiva que hoy es posible adquirir al estudiar la economía española durante el franquismo —y no sólo por el mero paso del tiempo: también por los sucesivos y aleccionadores cambios de decorado que se han producido en la escena de la economía internacional en los últimos lustros—, invita a ahondar en los distintos planos y períodos que en España presenta la evolución económica de los decenios centrales del siglo XX, revisando eventualmente algún tópico antes sustentado en la excesiva inmediatez de los acontecimientos analizados. Es el reclamo al que responden estas breves páginas, cuya premisa básica es la identificación de los años cincuenta como una etapa bien diferenciada en la evolución de la economía española contemporánea, y tanto por lo que se refiere a los años inmeditamente anteriores —la lóbrega década de los cuarenta— como a los posteriores, pues la operación estabilizadora y liberalizadora de 1959 es inequívoca señal fronteriza. Singularización del decenio de 1950 que trata, pues, de combatir el excesivo simplismo en que muy reiteradamente se ha incurrido al distinguir tan sólo dos grandes períodos en la economia franquista —autarquía, primero, apertura económica y desarrollo, después—, divididas por el año crucial de 1959; y que facilita de paso establecer comparaciones significativas a escala internacional, dado que también en la mayor parte de las economías europeas occidentales los años cincuenta —los de la apertura, la cooperación y el crecimiento económicos— componen un período con señas específicas de identidad, situadas entre la etapa de reconstrucción de la inmediata postguerra y la década de 1960, que registrará mantenidos avances en la integración y el desarrollo de los países industriales pero a la vez crecientes síntomas de agotamiento del largo ciclo de expansión precedente. |
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Tanto las más fiables estimaciones del indice anual de la producción industrial española (IPI), como los mejores estudios comparativos a escala europea confirman, con abrumadora coincidencia, el largo y negativo paréntesis que en la historia de la industrialización forman los años que transcurren entre 1935 y 1950. En concreto, el estancamiento postbélico que conoce la economía española en los años cuarenta no tendrá parangón en la Europa contemporánea, donde el periodo de reconstrucción es mucho más rápido, sobre todo a partir de 1948, con la puesta en práctica del Plan Marshall. En España, tanto la primera como la segunda mitad de los cuarenta arrojan resultados muy pobres. De 1941 a 1945 el promedio quinquenal de la tasa de crecimiento del IPI es negativo; y en la segunda mitad del decenio de 1940, cuando la retirada de embajadores renueve las pretensiones autárquicas de la política económica del régimen de Franco, aunque la tasa de crecimiento del indicador mencionado ya registre valores positivos, lo más destacable es la cuantía mucho menor de éstos en comparación con los de la inmensa mayor parte de los países europeos, incluidos los mediterráneos. Así, considerados en conjunto los quince años que van desde 1935 a 1950, ambos incluidos, se puede hablar de una auténtica depresión. En el marco de las políticas keynesianas que durante más de veinte años van a presidir el largo ciclo de expansión de las economías occidentales iniciado con los cincuenta, el comportamiento de la economía española también es ya sensiblemente distinto. Los cálculos y estimaciones antes citados vuelven a ser coincidentemente expresivos del indudable empuje de la economía española en el decenio de 1950. Así, en promedios quinquenales, el índice de la producción industrial arroja una tasa de crecimiento del 6,6% para 1951-1955 sobre la media de 1946-1950, y otra de nada menos que del 7,4% para 1956-1960 sobre la media del quinquenio 1951-1955. Con todo, lo que más me importa señalar es que, a diferencia de lo que se ha evidenciado en los años precedentes, el ritmo de crecimiento español sigue de manera muy uniforme la pauta de otros países europeos, muy particularmente los del Sur de Europa, en los que, por encima de diferencias institucionales, juega un papel semejante, ya en los años cincuenta, el conjunto de las relaciones exteriores (transacciones comerciales, remesas de emigrantes, flujos de capital y divisas por turismo). El Plan de estabilización y liberalización de 1959 abre, en todo caso, la tercera gran etapa de la economía española durante el franquismo: la que abarca todo el decenio de los años sesenta y se prolonga hasta 1973. |
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Por lo que se refiere a los factores impulsores de los prósperos sesenta, nada nuevo cabe señalar. Como en 1951, la economía española va a mostrar, tras las medidas del verano de 1959 y de los meses posteriores, una extraordinaria capacidad de asimilación de las favorables condiciones del mercado internacional, con ganancia de importantísimos márgenes de productividad antes desaprovechados. Y el proceso de acumulación y crecimiento se va a ajustar, hasta el comienzo de los años setenta, al esquema dominante en la escena de los países de la OCDE, cien veces repetido: energía barata en términos absolutos y crecientemente barata en términos relativos; favorables precios relativos también de las materias primas y de los alimentos; ampliadas posibilidades de financiación exterior; adquisición en un mercado internacional expansivo de la tecnología y de los productos necesarios para asimilar los cambios que el propio crecimiento impone en los patrones dominantes de la demanda, y abundantes disponibilidades de una mano de obra (las dos grandes reservas son la población agraria y la población femenina potencialmente activa), con la válvula de seguridad adicional de la fácil exportación de la mayor parte de la fuerza de trabajo excedente. En lo que concierne a los resultados de esa feliz suma de efectos derivados de la política de liberalización española y del desarrollo económico internacional, interesa subrayar, por un lado, las profundas transformaciones estructurales que acompañan a la muy fuerte expansión entonces registrada; por otro lado, en fin, lo que debe destacarse es que ese gran crecimiento no es excepcional en el marco de una buena parte de las economías occidentales, para las que también la prolongada e intensa expansión que se inicia tras la reconstrucción de la postguerra es un fenómeno hasta cierto punto inédito y probablemente irrepetible. Es más: si la comparación se efectúa exclusivamente con los países mediterráneos y en términos de crecimiento de la producción industrial durante el decenio de 1960, el ritmo de avance español, con ser muy fuerte, resulta similar al de Italia, Grecia y Yugoslavia. Epílogo: un legado ambivalente Lo que acaba de indicarse facilita un apunte final sobre el legado del franquismo desde la perspectiva de la evolución económica. Un legado ambivalente en más de un sentido. Durante los dos últimos largos decenios del franquismo, el crecimiento económico fue importante tanto en términos absolutos como en términos comparados con cualquier período precedente del proceso de industrialización; y sin embargo, no fue en absoluto excepcional en el mapa de las economías occidentales de postguerra y, particularmente, en el marco de las economías del Sur de Europa. Además, de no haberse prolongado tanto tiempo aquí la situación de autarquía y generalizado intervencionismo, la recuperación de la economía española hubiera podido iniciarse antes, y antes haberse acompasado el pulso interno del proceso productivo al ritmo y las condiciones de la economía internacional (véase el recuadro). Tal vez así las transformaciones en la estructura productiva se hubieran realizado con menos costes sociales y también más consistentemente, sin dejar tantas junturas mal soldadas, como el impacto de la crisis de mediados de los años setenta pondrá de manifiesto. Sin olvidar, en todo caso, que el régimen franquista acababa imponiendo por su propia naturaleza y entidad límites insuperables para determinados cambios económicos institucionales (en el campo del sector público, en el de las relacioncs laborales, en el del sector exterior, entre otros); cambios institucionales sin cuya plena consecución se frenaba el alcance de aquellas transformaciones en la estructura productiva y el impulso del proceso de crecimiento. |
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EL COSTE ECONÓMICO DEL PRIMER FRANQUISMOEn colaboración con Juan Carlos Jiménez
Precisar el pormenor del fracaso industrial de los años cuarenta es una tarea ardua, dados los defectos e insuficiencias de la información estadística de la época. Sólo algunas expresiones del desolador balance están aceptablemente documentadas: así, por ejemplo el marcado retroceso del consumo privado (el del consumo de carne fue dramático) y el mantenimiento hasta 1945, del índice de inversión por debajo de los niveles alcanzados en los años treinta, y siempre muy lejos, durante toda la década, de los conseguidos entre 1928 y 1930. |